lunes, 6 de agosto de 2012

Algarabía de los sentimientos -Capítulo 1. Parte 1-


Capítulo 1. Cuando quise dejar de llorar.

*Abril*

Tengo un buzón de quejas guardado en el corazón… Aún nadie las lee, aún a nadie le interesan.

      Soy la menor de tres hijos, mis hermanos son dos hombres de siete y cinco años más que yo. Ya que la diferencia de edad es relativamente grande, se podría decir que no hemos llevado nunca una relación muy estrecha, aunque como en cualquier familia, las peleas eran el pan de cada día.
      -¡Mamá, Alberto me está molestando! –Grité desde la sala. Mi mamá estaba en la cocina, preparando la cena.
      -¡Alberto, deja a tu hermana, ya sabes que me molesta que esté gritando! –Exclamó con un tono de histeria. Mi hermano, que estaba jalando mi cabello, se detuvo refunfuñando.
      Desde que tenía memoria, mamá siempre había tenido ese carácter frío, que hacía que algunas veces pareciera que nuestra presencia le molestaba. Yo era de esas niñas que lloraban por todo, incluso al más leve provocamiento.
      Habían pasado dos meses desde la muerte de mi abuela. De alguna manera el dolor había disminuido, pero el recordar aún causaba tristeza. Y para empeorar todo, hacia una semana que mis padres nos habían dado una noticia que cambio mi vida para siempre, y que fue lo que inicio toda una tormenta: iban a separarse.
      Ese día, yo estaba viendo televisión en la sala, y mis hermanos estaban en su cuarto jugando videojuegos. Recuerdo que vi como mamá subió las escaleras y, cuando llegó a la habitación de mis hermanos, me gritó desde ella pidiéndome que fuera también. Cuando llegué nos sentó a todos cerca, uno del otro, e intentando encontrar las palabras, dijo:
       -Sé que esto es repentino para ustedes. –Parecía que las palabras estaban cargadas de agujas en su garganta, ya que con cada una, su gesto se hacia más doloroso. –Su padre y yo ya lo hemos hablado, y llegamos a un acuerdo.
      -Dilo de una vez, mamá –Soltó Cristian. Por su tono y su mirada, se podía deducir que él ya sabía de que hablaba mamá, ya que era el mayor, habían varias cosas de las cuáles él estaba enterado, cosas que Alberto y yo no sabíamos.
      -Espera, no quiero que suene muy brusco. –Esta vez sonaba desesperada, como si quisiera evitar a toda costa decirnos. –Su papá…
      -¿Qué pasa con mi papá? –Pregunté un poco impaciente.
      -Él y yo vamos a separarnos, de hecho va a irse de la casa –Dijo sin más rodeos.
      -¿Papá… va a irse? –Pregunté como si esperara que me dijera que no era verdad, aunque sabía muy bien que mamá no bromeaba. Las lágrimas comenzaron a brotar aun sin su respuesta. Una tristeza enorme me inundo. ¿Por qué mi papá tenía que irse? ¿Qué había hecho él? ¿Por qué no era mamá la que se iba?
       -¡¿Por qué, mamá?! ¡¿Qué te ha hecho él?! ¡Déjalo que vuelva! –Grité, seguido de otras cosas que eran en su contra.
       Ella tan sólo nos abrazó, como si eso fuera suficiente para compensar lo que había causado. Era mi mamá, y hasta ese momento la quería, pero después de eso, sentí que dentro de mí, comenzaba a despreciarla. Su trato había sido siempre frío y nunca jugaba con nosotros, parecía que no nos quería algunas veces; aun así yo sí a ella, pero eso no se lo podía perdonar, no podía perdonarle el haberme quitado a mi persona más querida.
       Papá habló con nosotros al siguiente día, sólo para confirmar lo que mamá nos había dicho. De nuevo comencé a llorar, pero esta vez me abracé muy fuerte a él y le pedí que no se fuera, le dije que lo necesitaba a mi lado, que no quería que nos dejara. Pero mis peticiones fueron en vano, ya se había tomado una decisión y las palabras de una niña no cambiarían nada. Ellos eran adultos, yo sólo era una mocosa.
      Los días posteriores se llenaron de nada. Mi vida se había vaciado, era como si me hubiera convertido en un fantasma. Mi madre se veía un poco más alegre, incluso viéndola parecía como si se hubiera curado de una enfermedad. Yo había visto a mi papá, pero ya no podía ser tan seguido como antes.
      Un día cuando regresé de haber ido a visitar a mi abuelo, me encontré a mi mamá llena de moretones. Cuando le pregunté que le había pasado, me respondió con una sonrisa: “Me caí de las escaleras”. Me acerqué a ella, temerosa de lastimarla, y acaricié su rostro, dejando atrás por un momento el desprecio que había comenzando a crecer. Fui corriendo por todas las cremas que se encontraban en la casa, después le dije que se acostara en su cama, que yo me encargaría de cuidarla. Destapé cada una de las cremas y las unté en sus moretones. Ella tan sólo sonreía y me daba las gracias, aun si no ayudaban en nada, ella me daba las gracias.
      No sabía porque, pero verla en ese estado, me hacia creer que me mentía. No era que no fuera posible que se cayera de las escaleras, pero sus ojos me causaban tristeza, como si ocultara algo.
      El resto del día intenté atenderla lo más que pude, y cuando llegó la noche dormí a su lado, ya que su cama estaba sola desde que papá se había ido.
      Después de unas semanas, los moretones de mamá desaparecieron, y todo había vuelto a como era antes de ese accidente. Se veía más llena de energía e incluso jugaba algunas veces conmigo cuando llegaba de su trabajo. Con el tiempo tuve que aceptar el hecho de que papá ya no iba a volver a la casa. Mi vida había cambiado drásticamente, pero no era nada a lo que no me pudiera acostumbrar. Papá iba por mí en las mañanas para llevarme a la escuela y en las tardes me recogía la muchacha que ayudaba en la casa. Cuando mamá llegaba del trabajo, comíamos mis hermanos, ella y yo juntos.
      Una noche, que los cuatro mirábamos televisión, papá tocó a la puerta. Cuando mi hermano fue a abrirle, entró rápidamente y después de una pequeña charla con mi mamá, se despidió.  
      -Levántate temprano mañana, Abril. –Su tono sonaba serio, como si me estuviera reclamando.
      -Pero si yo me levanto temprano, a veces eres tú el que llega tarde. –Defendí mientras me levantaba del sofá para verlo a los ojos y, cuando estuve frente a él, pude oler su aliento, que claramente daba a entender que había estado bebiendo.
      Se acercó rápidamente a mí, como si fuera a golpearme, pero mi mamá se levantó se puso frente a mí.
       -No vas a pegarle a mi hija. –Soltó antes de recibir a recibir las bofetadas de mi papá.
       Yo tan sólo me quedé inmóvil, viendo como él no detenía los golpes. Mis hermanos se levantaron de sus asientos e intentaron detenerlo, pero lo único que podía hacer era intentar recibir por ella los golpes, con sus cuerpos no era suficiente para detener al monstruo que había poseído a mi papá.
       Patadas, bofetadas, puñetazos, maldiciones, todo eso mi mamá recibió, en un movimiento incluso la tomó por los cabellos y la arrastró por el suelo, seguido de una patada que la dejó sin poder moverse. Mi mente estaba en blanco, no podía moverme, tenía miedo. Las lágrimas eran lo único que podía producir… ni siquiera podía gritar. Mi cuerpo ya no me pertenecía a mí, el miedo se había apoderado. No quería salir lastimada, así que no hice nada, tan sólo observé, como una cobarde. ¿Qué importa si no podía hacer nada? ¡Yo tenía que ayudar a defenderla, pero no hice absolutamente nada! ¡No me moví, no grité, no ayudé en nada!
       Cuando por fin se detuvo, dejó a mis hermanos y a mi mamá tirados en el suelo después de haber recibido todo su enojo. Se acercó a mí y me tomó por los hombros. Yo estaba muerta de miedo, no pude siquiera intentar soltarme. Mi mamá se levantó como pudo e intentó acercarse a mí, pero su cuerpo no estaba en las condiciones aptas para que lo hiciera, así que volvió a caer al piso, mientras le pedía una y otra vez a mi papá que no me hiciera daño.
       -Esto es tu culpa, ¿ves lo que causas? –Soltó con seguridad. Me tomó por el rostro y me hizo voltear a verlos. –No debes hacer estas cosas, los lastimas. –Después de decir eso, me soltó, y se fue de la casa. Yo seguía sin poder moverme, así que mamá se acercó a mí, sacando fuerzas de no sé donde y me dio un abrazo.
      -No es verdad, no es tu culpa. –Dijo con un tono amable, mientras me acariciaba la cabeza. No pude evitar llorar más que antes, con la diferencia de que ya podía moverme y hablar.
      Mis hermanos también se levantaron y se sentaron en los sillones, mientras intentaban recuperar el aliento. Ellos también tenían el rostro lleno de lágrimas, pero su orgullo de hombres les impedía dejar que mi mamá y yo viéramos totalmente eso.
      -Lo siento… -Fue lo primero que dije cuando volví a tener el control de mi cuerpo. –Lo siento, mamá. Perdóname –Rogué y correspondí a su abrazo, esperando que así su dolor disminuyera. – ¡Lo siento! –No podía controlarme, yo sólo quería que su dolor se fuera. Los moretones habían llenado su cuerpo nuevamente, pero esta vez pude ver otras heridas, que aún tenían sangre saliendo de ellas. Su labio estaba roto, pero eso no le impedía que siguiera diciéndome que no era mi culpa.
      Después de un rato me calmé y la ayudé a subir a su habitación. Volví a bajar y ayudé a mis hermanos, seguido hice lo mismo que la última vez: busqué todas las cremas que había en casa y las llevé al cuarto de mi mamá. De nuevo le puse en cada moretón, pero esta vez con lágrimas en los ojos.
      



       Había entendido porque tuve ese sentimiento cuando me dijo que se cayó de las escaleras. No pude evitar avergonzarme de mi estupidez, por no haberme dado cuenta aquella vez. Me pregunté cuantas veces había pasado eso antes, cuantas veces ella tuvo que tragarse su dolor y hacer como si todo fuera bien, por cuantos años estuvo con alguien que todo lo que hacía era lastimarla, y entonces me di cuenta porque ella no sonreía cuando aún estaba con mi papá, ¿cómo podría alguien sonreír en condiciones como esas? Yo había sido una tonta, porque la había culpado de todo, siendo que ella lo único que hacía era protegernos, intentar proteger nuestra vida de felicidad. Ese día, todo lo que podía salir de mi boca, eran palabras de disculpa.
      Volví a dormir con mamá ese día, porque sentí que si no lo hacía, ella probablemente desaparecería. Tal vez no fue la mejor decisión, tal vez debí haberla dejado sola para que pudiera llorar tranquila, pero en ese momento, todo lo que yo deseaba, era estar a su lado.
      -Voy a apagar la luz ahora, mamá. –Dije cuando me levanté de la cama y me acerqué al interruptor.
      -Si. –Soltó con una sonrisa en el rostro.
      Corrí a la cama y me aventé a ella. Me acomodé entre las sábanas y cerré mis ojos, esperando tal vez, que todo hubiera sido una pesadilla, pero antes de que pudiera conciliar el sueño, mamá habló.
      -Abril… -Murmuró. -¿Estás despierta?
      -¿Qué pasa? –Pregunté casi al momento de que terminó la última palabra.
      -Quiero contarte algunas cosas. –Expuso como si hubiera cometido algún pecado imperdonable y yo fuera el sacerdote al que se confesaba.
      -Dime… -Dentro de mí sabía que hubiera mejor negarme a escuchar lo que ella tenía que decir, pero no podía darme el lujo de hacerlo. Sabía que eso que iba a contarme le causaba daño, y que decírmelo iba a hacer que disminuyera, aunque sea un poco, el peso que eso traía consigo. Me armé de valor, el valor que me había faltado esa misma tarde, y escuché lo que tenía que decir. 
       -Cuando me casé con tu papá estaba realmente enamorada. Tan enamorada que incluso acepté el hecho de que él tuviera otra hija.
       Así es, en un día que papá fue a recogerme para llevarme a la escuela, me confesó que tenía otra hija, y que le haría muy feliz que algún día nos conociéramos y nos llevásemos bien. En ese momento no supe como reaccionar, pero realmente no veía como mala esa situación.
       -Después de unos meses de nuestra boda, me embaracé de Cristian. En ese momento aún estaba enamorada de él, pero eso se comenzó a marchitar cuando me dijeron que se veía con otras mujeres, no supe que hacer, así que hice como si nunca me hubiera dicho nada. No tenía a donde ir, como sabrás mi mamá murió cuando yo era niña, y mi abuela, que fue la que me crió, ya estaba muy grande como para cuidar de mí, ya que me casé muy joven, a los diecinueve, para ser exacta. Sin un trabajo, ni un futuro, me aterraba el enfrentar a tu papá y quedarme sola, además de que tu hermano estaba por nacer y no podía darle una vida llena de sufrimiento. –Mientras me confesaba todo, las luces del cuarto seguían apagadas, yo tan sólo veía con dificultad su cabello negro y rizado, y escuchaba como de vez en cuando soltaba los ruidos que hacemos cuando lloramos. –Así que seguí con él, a pesar de que sus aventuras cada vez eran menos discretas, llegué a pensar que ya ni siquiera le importaba que me diera cuenta. Nació tu hermano e intenté refugiarme en mi amor por él, dos años después me embaracé de Alberto y cuando me recuperé me di cuenta de que ya no amaba a tu padre para nada. Crié a tus hermanos con todo el amor que pude, pero sé muy bien que los años me amargaban y que incluso llegó un tiempo donde dejé de sonreír. Pensé en separarme de tu padre, a pesar de que nada había cambiado, pero tu abuela se dio cuando de esto y me persuadió, haciéndome ver el futuro amargo de mis hijos, así que me quedé junto a él y después de cinco años, naciste tú, la niña, yo siempre quise tener una hija, así que me sentí muy feliz cuando naciste, pero en ese entonces ya no era suficiente el dinero, así que entré a trabajar. Lo siento, no pude criarte igual que a ellos, soy consciente de eso. –Se disculpó y yo tan sólo guardé silencio. –Los años pasaron relativamente lento para mí, a pesar de que el trabajo era una gran distracción, pero había algo que no podía evitar, tu padre. Ya ni siquiera recuerdo porque fue la primera vez que me pegó, incluso ya perdí la cuenta de cuantas veces lo hizo. –Su llanto cada vez era más sonoro, pero yo intenté soportar el mío, no era mi momento de desahogarme. –No sólo me engañaba, también me pegaba e insultaba. Era un infierno el que me hizo vivir, lo siento por desquitarme con ustedes, pero es que la desesperación de no poder huir era frustrante a más no poder. Tal vez esto suene cruel, pero sólo cuando tu abuela murió pude por fin liberarme, por eso es que hasta ahora me separé de él. Lo siento, Abril, por decirte esto a ti.
       -¿Por qué te disculpas? –Pregunté intentando sonar tranquila. –Tú no tienes la culpa, todo lo que hiciste este tiempo fue protegernos, ya no es necesario que sigas soportando, yo soy fuerte así que puedo resistir el que ya no estén juntos, no te preocupes, todo está bien ahora.
       Después de eso, ella siguió llorando hasta quedar dormida, pero yo no pude hacer lo mismo esa noche. Me quedé pensando en todo lo que había dicho, en todo el sufrimiento que había pasado, y en como la había juzgado sin conocer bien nada.
        -Soy una mala hija. –Descargué toda mi frustración en lágrimas. Me sentía la peor persona del mundo, no sólo por haber culpado a mamá por los problemas que había desde la muerte de mi abuela, sino también porque mi amor ciego por mi papá, no me permitió darme cuenta de la persona que realmente era.
         
         

         
       Pasaron unas semanas antes de que volviera a ver a mi papá. Una mañana llegó sin aviso, y me dijo que iría con él a la escuela. Desde el día que golpeo a mamá, era ella quien me llevaba en las mañanas, quiero creer que él había tenido siquiera un poco de pudor al no pasarse por la casa después de lo que había hecho.
       Cuando íbamos en el auto, ninguno de los dos soltaba palabra alguna. Mirábamos de frente, o por lo menos yo lo hacia, hasta que él rompió el silencio.
       -¿Cómo has estado? –Preguntó como si nada hubiera pasado. Tenía ese tono alegre de siempre, que en ese momento, en lugar de agradarme, me irritaba.
       -Bien. –Respondí cortante.
       -¿Cómo vas en la escuela? ¿Sigues sacando buenas calificaciones?
       -Si. –De nuevo preferí una respuesta corta. Sentía que si salían más palabras de mi boca, los sentimientos se desbordarían, probablemente era más el deseo de no querer llegar a la escuela con los ojos llorosos. 
        Llegamos al frente de la escuela. Bajé rápidamente del auto, y tan sólo escuché como él soltó un “Adiós, te quiero.”, desde adentro. 

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