Capítulo 1.
Cuando quise dejar de llorar.
*Abril*
Tengo un buzón de quejas guardado en el
corazón… Aún nadie las lee, aún a nadie le interesan.
Soy la menor de tres hijos, mis hermanos
son dos hombres de siete y cinco años más que yo. Ya que la diferencia de edad
es relativamente grande, se podría decir que no hemos llevado nunca una
relación muy estrecha, aunque como en cualquier familia, las peleas eran el pan
de cada día.
-¡Mamá, Alberto me está molestando!
–Grité desde la sala. Mi mamá estaba en la cocina, preparando la cena.
-¡Alberto, deja a tu hermana, ya sabes
que me molesta que esté gritando! –Exclamó con un tono de histeria. Mi hermano,
que estaba jalando mi cabello, se detuvo refunfuñando.
Desde que tenía memoria, mamá siempre había
tenido ese carácter frío, que hacía que algunas veces pareciera que nuestra
presencia le molestaba. Yo era de esas niñas que lloraban por todo, incluso al
más leve provocamiento.
Habían pasado dos meses desde la muerte
de mi abuela. De alguna manera el dolor había disminuido, pero el recordar aún
causaba tristeza. Y para empeorar todo, hacia una semana que mis padres nos
habían dado una noticia que cambio mi vida para siempre, y que fue lo que inicio
toda una tormenta: iban a separarse.
Ese día, yo estaba viendo televisión en
la sala, y mis hermanos estaban en su cuarto jugando videojuegos. Recuerdo que
vi como mamá subió las escaleras y, cuando llegó a la habitación de mis hermanos,
me gritó desde ella pidiéndome que fuera también. Cuando llegué nos sentó a
todos cerca, uno del otro, e intentando encontrar las palabras, dijo:
-Sé que esto es repentino para ustedes.
–Parecía que las palabras estaban cargadas de agujas en su garganta, ya que con
cada una, su gesto se hacia más doloroso. –Su padre y yo ya lo hemos hablado, y
llegamos a un acuerdo.
-Dilo de una vez, mamá –Soltó Cristian.
Por su tono y su mirada, se podía deducir que él ya sabía de que hablaba mamá,
ya que era el mayor, habían varias cosas de las cuáles él estaba enterado,
cosas que Alberto y yo no sabíamos.
-Espera, no quiero que suene muy brusco.
–Esta vez sonaba desesperada, como si quisiera evitar a toda costa decirnos.
–Su papá…
-¿Qué pasa con mi papá? –Pregunté un poco
impaciente.
-Él y yo vamos a separarnos, de hecho va
a irse de la casa –Dijo sin más rodeos.
-¿Papá… va a irse? –Pregunté como si
esperara que me dijera que no era verdad, aunque sabía muy bien que mamá no
bromeaba. Las lágrimas comenzaron a brotar aun sin su respuesta. Una tristeza
enorme me inundo. ¿Por qué mi papá tenía que irse? ¿Qué había hecho él? ¿Por qué
no era mamá la que se iba?
-¡¿Por qué, mamá?! ¡¿Qué te ha hecho
él?! ¡Déjalo que vuelva! –Grité, seguido de otras cosas que eran en su contra.
Ella tan sólo nos abrazó, como si eso
fuera suficiente para compensar lo que había causado. Era mi mamá, y hasta ese
momento la quería, pero después de eso, sentí que dentro de mí, comenzaba a despreciarla.
Su trato había sido siempre frío y nunca jugaba con nosotros, parecía que no
nos quería algunas veces; aun así yo sí a ella, pero eso no se lo podía
perdonar, no podía perdonarle el haberme quitado a mi persona más querida.
Papá habló con nosotros al siguiente
día, sólo para confirmar lo que mamá nos había dicho. De nuevo comencé a
llorar, pero esta vez me abracé muy fuerte a él y le pedí que no se fuera, le
dije que lo necesitaba a mi lado, que no quería que nos dejara. Pero mis
peticiones fueron en vano, ya se había tomado una decisión y las palabras de
una niña no cambiarían nada. Ellos eran adultos, yo sólo era una mocosa.
Los días posteriores se llenaron de nada.
Mi vida se había vaciado, era como si me hubiera convertido en un fantasma. Mi
madre se veía un poco más alegre, incluso viéndola parecía como si se hubiera
curado de una enfermedad. Yo había visto a mi papá, pero ya no podía ser tan
seguido como antes.
Un día cuando regresé de haber ido a
visitar a mi abuelo, me encontré a mi mamá llena de moretones. Cuando le
pregunté que le había pasado, me respondió con una sonrisa: “Me caí de las
escaleras”. Me acerqué a ella, temerosa de lastimarla, y acaricié su rostro,
dejando atrás por un momento el desprecio que había comenzando a crecer. Fui
corriendo por todas las cremas que se encontraban en la casa, después le dije
que se acostara en su cama, que yo me encargaría de cuidarla. Destapé cada una
de las cremas y las unté en sus moretones. Ella tan sólo sonreía y me daba las
gracias, aun si no ayudaban en nada, ella me daba las gracias.
No
sabía porque, pero verla en ese estado, me hacia creer que me mentía. No era que
no fuera posible que se cayera de las escaleras, pero sus ojos me causaban
tristeza, como si ocultara algo.
El resto del día intenté atenderla lo más
que pude, y cuando llegó la noche dormí a su lado, ya que su cama estaba sola
desde que papá se había ido.
Después de unas semanas, los moretones de
mamá desaparecieron, y todo había vuelto a como era antes de ese accidente. Se
veía más llena de energía e incluso jugaba algunas veces conmigo cuando llegaba
de su trabajo. Con el tiempo tuve que aceptar el hecho de que papá ya no iba a
volver a la casa. Mi vida había cambiado drásticamente, pero no era nada a lo
que no me pudiera acostumbrar. Papá iba por mí en las mañanas para llevarme a
la escuela y en las tardes me recogía la muchacha que ayudaba en la casa.
Cuando mamá llegaba del trabajo, comíamos mis hermanos, ella y yo juntos.
Una noche, que los cuatro mirábamos
televisión, papá tocó a la puerta. Cuando mi hermano fue a abrirle, entró
rápidamente y después de una pequeña charla con mi mamá, se despidió.
-Levántate temprano mañana, Abril. –Su
tono sonaba serio, como si me estuviera reclamando.
-Pero si yo me levanto temprano, a veces
eres tú el que llega tarde. –Defendí mientras me levantaba del sofá para verlo
a los ojos y, cuando estuve frente a él, pude oler su aliento, que claramente
daba a entender que había estado bebiendo.
Se acercó rápidamente a mí, como si fuera
a golpearme, pero mi mamá se levantó se puso frente a mí.
-No vas a pegarle a mi hija. –Soltó
antes de recibir a recibir las bofetadas de mi papá.
Yo tan sólo me quedé inmóvil, viendo
como él no detenía los golpes. Mis hermanos se levantaron de sus asientos e
intentaron detenerlo, pero lo único que podía hacer era intentar recibir por
ella los golpes, con sus cuerpos no era suficiente para detener al monstruo que
había poseído a mi papá.
Patadas, bofetadas, puñetazos,
maldiciones, todo eso mi mamá recibió, en un movimiento incluso la tomó por los
cabellos y la arrastró por el suelo, seguido de una patada que la dejó sin
poder moverse. Mi mente estaba en blanco, no podía moverme, tenía miedo. Las
lágrimas eran lo único que podía producir… ni siquiera podía gritar. Mi cuerpo
ya no me pertenecía a mí, el miedo se había apoderado. No quería salir
lastimada, así que no hice nada, tan sólo observé, como una cobarde. ¿Qué
importa si no podía hacer nada? ¡Yo tenía que ayudar a defenderla, pero no hice
absolutamente nada! ¡No me moví, no grité, no ayudé en nada!
Cuando por fin se detuvo, dejó a mis
hermanos y a mi mamá tirados en el suelo después de haber recibido todo su
enojo. Se acercó a mí y me tomó por los hombros. Yo estaba muerta de miedo, no
pude siquiera intentar soltarme. Mi mamá se levantó como pudo e intentó
acercarse a mí, pero su cuerpo no estaba en las condiciones aptas para que lo
hiciera, así que volvió a caer al piso, mientras le pedía una y otra vez a mi
papá que no me hiciera daño.
-Esto es tu culpa, ¿ves lo que causas? –Soltó
con seguridad. Me tomó por el rostro y me hizo voltear a verlos. –No debes
hacer estas cosas, los lastimas. –Después de decir eso, me soltó, y se fue de
la casa. Yo seguía sin poder moverme, así que mamá se acercó a mí, sacando
fuerzas de no sé donde y me dio un abrazo.
-No es verdad, no es tu culpa. –Dijo con
un tono amable, mientras me acariciaba la cabeza. No pude evitar llorar más que
antes, con la diferencia de que ya podía moverme y hablar.
Mis hermanos también se levantaron y se
sentaron en los sillones, mientras intentaban recuperar el aliento. Ellos
también tenían el rostro lleno de lágrimas, pero su orgullo de hombres les
impedía dejar que mi mamá y yo viéramos totalmente eso.
-Lo siento… -Fue lo primero que dije
cuando volví a tener el control de mi cuerpo. –Lo siento, mamá. Perdóname
–Rogué y correspondí a su abrazo, esperando que así su dolor disminuyera. – ¡Lo
siento! –No podía controlarme, yo sólo quería que su dolor se fuera. Los
moretones habían llenado su cuerpo nuevamente, pero esta vez pude ver otras
heridas, que aún tenían sangre saliendo de ellas. Su labio estaba roto, pero
eso no le impedía que siguiera diciéndome que no era mi culpa.
Después de un rato me calmé y la ayudé a
subir a su habitación. Volví a bajar y ayudé a mis hermanos, seguido hice lo
mismo que la última vez: busqué todas las cremas que había en casa y las llevé
al cuarto de mi mamá. De nuevo le puse en cada moretón, pero esta vez con
lágrimas en los ojos.
Había entendido porque tuve ese
sentimiento cuando me dijo que se cayó de las escaleras. No pude evitar
avergonzarme de mi estupidez, por no haberme dado cuenta aquella vez. Me
pregunté cuantas veces había pasado eso antes, cuantas veces ella tuvo que
tragarse su dolor y hacer como si todo fuera bien, por cuantos años estuvo con
alguien que todo lo que hacía era lastimarla, y entonces me di cuenta porque
ella no sonreía cuando aún estaba con mi papá, ¿cómo podría alguien sonreír en
condiciones como esas? Yo había sido una tonta, porque la había culpado de
todo, siendo que ella lo único que hacía era protegernos, intentar proteger
nuestra vida de felicidad. Ese día, todo lo que podía salir de mi boca, eran
palabras de disculpa.
Volví a dormir con mamá ese día, porque
sentí que si no lo hacía, ella probablemente desaparecería. Tal vez no fue la mejor
decisión, tal vez debí haberla dejado sola para que pudiera llorar tranquila,
pero en ese momento, todo lo que yo deseaba, era estar a su lado.
-Voy a apagar la luz ahora, mamá. –Dije
cuando me levanté de la cama y me acerqué al interruptor.
-Si. –Soltó con una sonrisa en el rostro.
Corrí a la cama y me aventé a ella. Me
acomodé entre las sábanas y cerré mis ojos, esperando tal vez, que todo hubiera
sido una pesadilla, pero antes de que pudiera conciliar el sueño, mamá habló.
-Abril… -Murmuró. -¿Estás despierta?
-¿Qué pasa? –Pregunté casi al momento de
que terminó la última palabra.
-Quiero contarte algunas cosas. –Expuso
como si hubiera cometido algún pecado imperdonable y yo fuera el sacerdote al
que se confesaba.
-Dime… -Dentro de mí sabía que hubiera
mejor negarme a escuchar lo que ella tenía que decir, pero no podía darme el
lujo de hacerlo. Sabía que eso que iba a contarme le causaba daño, y que decírmelo
iba a hacer que disminuyera, aunque sea un poco, el peso que eso traía consigo.
Me armé de valor, el valor que me había faltado esa misma tarde, y escuché lo
que tenía que decir.
-Cuando me
casé con tu papá estaba realmente enamorada. Tan enamorada que incluso acepté
el hecho de que él tuviera otra hija.
Así es, en un día que papá fue a
recogerme para llevarme a la escuela, me confesó que tenía otra hija, y que le
haría muy feliz que algún día nos conociéramos y nos llevásemos bien. En ese
momento no supe como reaccionar, pero realmente no veía como mala esa
situación.
-Después de unos meses de nuestra boda,
me embaracé de Cristian. En ese momento aún estaba enamorada de él, pero eso se
comenzó a marchitar cuando me dijeron que se veía con otras mujeres, no supe
que hacer, así que hice como si nunca me hubiera dicho nada. No tenía a donde
ir, como sabrás mi mamá murió cuando yo era niña, y mi abuela, que fue la que
me crió, ya estaba muy grande como para cuidar de mí, ya que me casé muy joven,
a los diecinueve, para ser exacta. Sin un trabajo, ni un futuro, me aterraba el
enfrentar a tu papá y quedarme sola, además de que tu hermano estaba por nacer
y no podía darle una vida llena de sufrimiento. –Mientras me confesaba todo,
las luces del cuarto seguían apagadas, yo tan sólo veía con dificultad su
cabello negro y rizado, y escuchaba como de vez en cuando soltaba los ruidos
que hacemos cuando lloramos. –Así que seguí con él, a pesar de que sus
aventuras cada vez eran menos discretas, llegué a pensar que ya ni siquiera le
importaba que me diera cuenta. Nació tu hermano e intenté refugiarme en mi amor
por él, dos años después me embaracé de Alberto y cuando me recuperé me di
cuenta de que ya no amaba a tu padre para nada. Crié a tus hermanos con todo el
amor que pude, pero sé muy bien que los años me amargaban y que incluso llegó
un tiempo donde dejé de sonreír. Pensé en separarme de tu padre, a pesar de que
nada había cambiado, pero tu abuela se dio cuando de esto y me persuadió,
haciéndome ver el futuro amargo de mis hijos, así que me quedé junto a él y
después de cinco años, naciste tú, la niña, yo siempre quise tener una hija,
así que me sentí muy feliz cuando naciste, pero en ese entonces ya no era
suficiente el dinero, así que entré a trabajar. Lo siento, no pude criarte
igual que a ellos, soy consciente de eso. –Se disculpó y yo tan sólo guardé
silencio. –Los años pasaron relativamente lento para mí, a pesar de que el
trabajo era una gran distracción, pero había algo que no podía evitar, tu
padre. Ya ni siquiera recuerdo porque fue la primera vez que me pegó, incluso
ya perdí la cuenta de cuantas veces lo hizo. –Su llanto cada vez era más sonoro,
pero yo intenté soportar el mío, no era mi momento de desahogarme. –No sólo me
engañaba, también me pegaba e insultaba. Era un infierno el que me hizo vivir,
lo siento por desquitarme con ustedes, pero es que la desesperación de no poder
huir era frustrante a más no poder. Tal vez esto suene cruel, pero sólo cuando
tu abuela murió pude por fin liberarme, por eso es que hasta ahora me separé de
él. Lo siento, Abril, por decirte esto a ti.
-¿Por qué te disculpas? –Pregunté
intentando sonar tranquila. –Tú no tienes la culpa, todo lo que hiciste este
tiempo fue protegernos, ya no es necesario que sigas soportando, yo soy fuerte
así que puedo resistir el que ya no estén juntos, no te preocupes, todo está
bien ahora.
Después de eso, ella siguió llorando
hasta quedar dormida, pero yo no pude hacer lo mismo esa noche. Me quedé
pensando en todo lo que había dicho, en todo el sufrimiento que había pasado, y
en como la había juzgado sin conocer bien nada.
-Soy una mala hija. –Descargué toda mi
frustración en lágrimas. Me sentía la peor persona del mundo, no sólo por haber
culpado a mamá por los problemas que había desde la muerte de mi abuela, sino
también porque mi amor ciego por mi papá, no me permitió darme cuenta de la
persona que realmente era.
Pasaron unas semanas antes de que
volviera a ver a mi papá. Una mañana llegó sin aviso, y me dijo que iría con él
a la escuela. Desde el día que golpeo a mamá, era ella quien me llevaba en las
mañanas, quiero creer que él había tenido siquiera un poco de pudor al no
pasarse por la casa después de lo que había hecho.
Cuando íbamos en el auto, ninguno de los
dos soltaba palabra alguna. Mirábamos de frente, o por lo menos yo lo hacia,
hasta que él rompió el silencio.
-¿Cómo has estado? –Preguntó como si
nada hubiera pasado. Tenía ese tono alegre de siempre, que en ese momento, en
lugar de agradarme, me irritaba.
-Bien. –Respondí cortante.
-¿Cómo vas en la escuela? ¿Sigues
sacando buenas calificaciones?
-Si. –De nuevo preferí una respuesta
corta. Sentía que si salían más palabras de mi boca, los sentimientos se
desbordarían, probablemente era más el deseo de no querer llegar a la escuela
con los ojos llorosos.
Llegamos al frente de la escuela. Bajé
rápidamente del auto, y tan sólo escuché como él soltó un “Adiós, te quiero.”,
desde adentro.
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