¡Hola, hola!
Bueno, primero que nada quiero darles las gracias a todos ustedes, porque sin ustedes mi
ánimo siempre andaría por los suelos, así que un aplauso para ustedes, los lectores, porque ustedes
son este blog.
Ahora sí, vamos con las noticias...
Decidí abrir una entrada para hacer mención de las dos nuevas actualizaciones, para que así estén al tanto de ellas... Ya sea que no encuentran el cap. o algo...
De ahora en adelante así será cuando abra una entrada o más el mismo día, en el caso de que sólo sea una pues dejaré un msj. en chat especificando lo que se subió.
Por último, antes de despedirme, quiero hacerles la enooooooooooooooorme petición, de que si les gusta el blog lo compartan, comenten, le den like a la entrada (en la parte inferior de cada entraba, en el globito amarillo están los botones para las redes sociales, sólo tienen que darle click a el globito) o lo sigan (Jaja, casi ni pido nada).
En fin, si tienen alguna duda, pregunta, sugerencia, o lo que sea... Pueden dejarme un correo en ManorFrais@hotmail.com en caso de que tardara en contestar pueden dejarme un msj. en el chat para avisarme del correro, entonces les contestaría de inmediato.
Ahora sí, por lo que vinieron (xD)
Algarabía de los sentimientos -Capítulo 3, parte 1.-
Link del capítulo
Link del tema de la historia
La utopía de un malnacido -Cuento corto.-
Link del cuento
Muchas gracias por pasarme, se los agradezco de corazón, ¡nos leemos el otro fin!
P.D: Las otras historias también serán actualizadas, pero todo a su debido tiempo, por ahora estoy un poco más centrada en Algarabía, pero no abandonaré las demás.
P.D2: Soy de México, así que hasta que no sea acabe completamente el domingo aquí, hay posibilidad de actu. Lo digo por las personas de otro países (principalmente España) que pudieran creer que como allá ya es lunes no habrá actu.
P.D3: Actualicé la imagen del blog, espero sea de su agrado, aunque acepto críticas xD.
viernes, 22 de febrero de 2013
La utopía de un malnacido
Aprendí a hablar fluidamente a los
2 años, a leer y a escribir a los 5, a mentir perfectamente a los adultos a los
7, a odiar a los 10, a lastimar a 12, pero nunca aprendí a amar y es que eso no
venía en los libros.
Desde que tengo memoria mis padres
me decían todo el tiempo: “Quién no sabe no sirve”, así que para “servir” tuve
que “saber”. Saber hacer cosas que los niños de mi edad no aprendían aún. Yo
quería ser aceptado por ellos.
“¿Quién eres? –Pregunté.”
Me volví soberbio, arrogante,
odioso. La gente a mí alrededor me detestaba, incluso mis padres porque los
había superado. Creí que no me era necesaria la gente, así que me refugié en
mis libros y ahí encontré consuelo; era falso… Pero mantenía con vida.
Cuando entré a preparatoria conocí
a un grupo de chicos, todos más listos que yo. Eran monstruos, para mí y para
todas las demás personas. Yo no era más que un simple insecto a su lado. Era
tan frustrante, tan doloroso. Todo ese tiempo que había logrado vivir por mi
soberbia, pero ahora todo se había ido al carajo, porque ya no era el mejor de
todos, porque había encontrado a personas superiores a mí en lo que yo me creía
superior a cualquiera.
Creí que sería bueno seguir
aquella famosa frase: “si no puedes con el enemigo, únetele”. Me comencé a
juntar con ellos y cuando me di cuenta ya era sólo uno más de su grupo, ya no
era “yo”, ahora éramos “nosotros”.
Un año después conocí a una chica.
Oh, que chica, pues era fuerte, altanera, alegre… Estúpida, pero como la quise.
Me quitó el alma y como un perro callejero yo iba detrás de ella. Pero ella
también me detestaba. No me rendí, así que intenté conquistarla por todos los
medios posibles y cuando lo logré, me sentía extremadamente feliz; no sabía el
porqué, pero lo sentí así.
Mi felicidad duró poco tiempo, ya
que ella me dejó. Al parecer le habían dicho algunas cosas malas sobre mí y no
soportó estar con un mentiroso como yo. “Eres un ridículo”, dijo. Me sentía
furioso, humillado y triste al mismo tiempo, con ella, con ellos, que le
hablaron mal de mí, y conmigo, por no poder defenderme. Intenté por todos los
medios saber quién le había hablado de mí, pero nunca di con el culpable así
que decidí ir por mí mismo y preguntarle a ella directamente.
“Soy tú –Respondí.”
–Por favor, dime quién te dijo
todo eso y qué fue exactamente lo que te dijeron.
–No tengo porque decírtelo.
–No me hagas sufrir más de lo que
ya he sufrido… Por favor, dime.
–Crees que eres la persona que más
ha sufrido en este mundo, siempre odié tu autocompasión. Pero nunca creí que
estuvieras tan demente, por lo menos no como para inventarte una vida.
–¿De qué estás hablando?
–El genio del piano, qué sólo
tiene que escuchar una vez la canción para poder tocarla de nuevo
perfectamente. La memoria fotográfica de la que tanto alardeas, tu perfección
para hacer cualquier clase de cosa. Tus anécdotas, tu pasado, tú mismo. Todo es
una mentira.
–No es así… -Susurré con el
corazón en un hilo. ¿Qué estaba pasando?, ¿por qué ella estaba diciendo eso?
-¡No eran mentiras! –Grité con la mayor de las exaltaciones. Estaba
desesperado, frustrado, enojado. No entendía nada, absolutamente nada. Me
acerqué rápidamente a ella y la tomé con fuerza del brazo, si era todo una mentira
por lo menos que ella no lo fuera. La empujé hacia la pared más cercana y le
robé un beso; comencé a tocarla, pero entonces sentí como sus ojos goteaban,
mientras yo la lastimaba.
–Me mentiste –Dijo, mirándome con
esos ojos que amaba y odiaba tanto. Me consumían cada vez que se postraban en mí,
eran como un abismo en el cual… Yo lentamente era consumido–, no sabes cuánto
me arrepiento de haberte conocido, de haber creído en ti, de haberme sentido
triste por tu “pasado”.
–Espera… –Se soltó de mi aprisionamiento y salió
corriendo. Yo sólo me quedé parado viendo, no sólo como se iba ella, sino
también como se desvanecía toda mi vida. Ella dijo que era todo una farsa
creada por mí y aunque soy yo mismo, no puedo siquiera pensar en algo para
contrariar esa afirmación.
¿Qué fue lo que pasó hasta ahora?
Si todo lo que dije siempre fue
una mentira, ¿qué fue lo que he vivido hasta ahora? ¿Dónde están esas memorias?
¿Dónde? Yo recuerdo que todo perfectamente, sí, todo está en mi memoria, ¿o era
acaso mi imaginación? Espera…
No te vayas, lo que sea que esté
persiguiendo, no te vayas. He mentido demasiado, y apenas ahora es que me
percato de esto, pero no quiero quedarme sin nada, todo lo que construí hasta
ahora fue porque desde un principio nunca tuve nada, sólo soy alguien
intentando vivir, ¡por favor! ¡Alguien haga realidad mis mentiras! ¡Alguien,
por favor!
“¿Entonces quién soy yo?”
“Nadie…”
Algarabía de los sentimientos -Capítulo 3, parte 1.-
Capítulo 3: Las cosas no son tan
fáciles.
“Aun dándolo todo… Sigo perdiendo. Las lágrimas no sirven de nada, no
puedo rendirme, no ahora… No romperé más promesas.”
*Daniel*
La~ Lalalalala~ La~La~ Lalalaaa~
La…
La canción que mi madre cantaba
cuando era pequeño inundó mi cabeza. Era un tono hermoso, pero tan melancólico.
Me hacía estremecerme, aunque quería seguir escuchándola.
Pero ahora no puedo más.
Me desperté de golpe. Había recordado los momentos
felices de mi infancia, pero también a las personas de esta. Las promesas rotas
regresaron, junto con las palabras que Aby mencionó el otro día…
“…Yo no rompo nunca mis promesas.”
Qué ironía. Soy quien está tratando
de ayudarla, al igual que lo intenté con esa persona. Ellos dos hicieron
promesas, son iguales… Los dos igual de decididos, igual de fuertes… Igual de
inalcanzables. He intentado que esto no carcoma mis sentimientos, pero desde
que la conocí, he pensado que tal vez mi obstinación por liberarlos de sus
cadenas no es otra cosa más que mi envidia hacia su determinación. Tal vez
quiero que se detengan porque estoy celoso de que yo soy incapaz de caminar tan
lejos… Tal vez.
Eché agua en mi cara y después la
levanté para verme en el espejo. Escuché que alguien tocaba la puerta, pero por
alguna razón no reaccioné; estaba absortó viendo mis ojos… Color miel como los
de mi padre e igual de impuros.
–¡Daniel! –Gritó Dora desde
afuera-¡Mi niño, levántate que se te hace tarde para ir a la escuela!
Suspiré y sequé mi cara, entonces
caminé hacia la puerta y cuando la abrí encontré a la mujer haciendo muecas. Su
estatura menuda me hacía querer abrazarla cada vez que la veía, y es lo que
hacía. Ella siempre recibía mis abrazos con cariño, éramos como una abuela
amorosa y su nieto favorito.
–¡Dora~! –Dije mientras la
abrazaba.
–Sí, sí… Ya sé que eres un niño
mimado, pero aun así… -Decía con su voz amable –Tienes que arreglarte para
irte. –Se soltó de mi abrazo y me jaló de una oreja, entonces volvió a meterme
a la habitación, mientras yo hacía quejidos.
–Ya, ya… Entendí –Bufé cuando al
fin me soltó.
–Te quiero bonito en cinco minutos
–Espetó con firmeza.
–Querrás decir “guapo”, ya estoy en
la edad en la que dejo de ser “bonito”… -Defendía al momento que me sacaba la
ropa de dormir.
– ¡A mí no me importa! –Gritó saliendo
de la habitación -¡Tú siempre serás mi bebé Daniel! –Cerró la puerta de golpe refunfuñando.
–En serio que tengo un talento
sobrenatural para atraer a mi vida mujeres problemáticas a mi vida… Digo, con
carácter fuerte.
Después de eso tomé una ducha.
Mientras me bañaba pensaba acerca de las cosas que habían pasado últimamente en
mi vida, acerca de mi madre, mi padre, Aby… Esa persona. Salí del baño y
comencé a arreglarme. Cuando terminé, Dora llegó nuevamente a mi habitación
para decirme que mi padre quería verme. Me limité a mirarla sin emoción alguna,
porque sabía que no era culpa de ella la mala relación que él y yo teníamos.
– ¿Qué necesitas? –Pregunté una vez
llegué a su despacho. Él estaba sentado en su silla de cuero, vestido de traje
y con el cabello perfectamente acomodado. Estaba leyendo unos papeles, así que
ni siquiera me miró cuando entré o cuando le hablé.
–Sólo quería saber que tal te está
yendo en tu nueva escuela… -Dijo con el tono más indiferente y falso que
alguien pudiera tener –Acabamos de pasar por un momento difícil, así que no
debe ser fácil para ti relacionarte con los demás.
–Estoy bien, no tienes que hacer
preguntas que no te interesan. –Me di media vuelta, dispuesto a salir de ahí.
–No lo olvides, Daniel, no olvides
tu propósito… Naciste para sucederme. –Me miró a los ojos. –Te queda solamente
un año para disfrutar el ser un niño, después de eso tendrás que comenzar a
prepararte… No puedes escapar de esto, no tienes derecho a la libertad.
–Sí, lo sé… No dejas de
recordármelo nunca –Espeté antes de que continuara. Salí de su despacho y me
marché de casa.
Dos horas más tarde me encontraba
en clase. Aby se sentaba a un lado de mí, así que podía molestarle en las
clases. Al principio se exaltaba, pero al paso de los días se le hizo normal,
al punto que me agarraba a golpes cuando el maestro no estaba mirando.
Desde aquel día, en el parque, el
tiempo se había pasado relativamente rápido. Ella y yo acordamos no mencionar
nada de eso, o por lo menos intentar que se quedara en el pasado.
Mis días se habían vuelto
luminosos, llenos de vida. Esa fue la segunda vez que me sentí como un humano.
Sentía que podía hacer lo que fuera, que podía tener pensamientos y
sentimientos propios. Había encontrado de nuevo a alguien especial… Otra vez
había vuelto a ser yo, sólo yo… No Daniel Guro.
– ¿Qué te pasa? –Me preguntó Aby,
con quien estaba en la cafetería de la escuela.
–Estaba pensando… -Respondí.
Entonces me percaté de lo linda que era.
Su cabello café estaba brillando,
ya que los rayos del sol le pegaban directamente. Sus ojos oscuros estaban
puestos en mí… Y me atravesaban. Quería tocar su rostro, sentir su piel pálida…
Pero la asustaría, así que me contuve.
–Ahora que lo pienso… No sé nada de
ti –Dijo con un tono preocupado, como si la idea de que yo supiera mucho de
ella la estresara.
–Sí… -Solté mientras afirmaba con
la cabeza. -¿Qué quieres saber? Te lo diré todo.
–No lo sé, no hay algo en especial.
–Miró hacia los lados, en busca de algo. Volvió a mirarme y preguntó: -¿Qué tal
sobre “esa persona”?
– ¿Quién? –No pude evitar
preguntar, pues en ese momento realmente no sabía de quién estaba hablando.
–Sí, esa persona… La que
mencionaste esa vez, la que se parece mucho a mí –Expuso mientras tomaba del
refresco que tenía. –Quiero saber…
–Ah, claro, claro –Dije al fin,
puesto que había recordado de quién me hablaba. –Sí, “esa persona”… O más bien él.
–Me recargué en la silla y comencé a pensar en porque le había dicho en primer
lugar que eran tan parecidos. –Pues…
Recordé mis pensamientos de esa
mañana. Mis ojos en el espejo, y lo nublados que me habían parecido… Tan
asquerosos, como yo. Me había dado cuenta de lo sucios que eran mis verdaderos
sentimientos, y que tenía que esconderlos, a toda costa. Nadie podía saber cómo
era mi interior, ni mi padre, ni Dora, ni él… Y mucho menos Aby.
–Tal vez en cuanto a sus
personalidades no sean tan iguales –Dije una vez pude librarme de mis pensamientos–.
Pero sus esencias son las mismas… Los dos igual de fuertes, de decididos… De
brillantes.
–¿Qué dices? Yo no soy para nada
así… –Murmuró.
–¿Crees que alguna vez el sol ha
intentado mirarse a sí mismo? –Le pregunté a manera de hacerla entender sobre
su error.
– ¿Cómo podría saberlo?
–Pues es obvio que no puede mirarse
a sí mismo –Afirmé–. Porque nadie puede mirar hacia el sol, ni siquiera el
mismísimo sol. Todos sabemos que está ahí, no nos acercamos, no lo miramos,
pero sabemos que está ahí, aunque sí podemos sentirlo. Ninguna persona en capaz
de tocar el sol, nadie puede tenerlo entre sus manos. –Pensé en él, mi querido
mejor amigo. –Sí, tú y él son como el sol… Pero como dije antes, en su personalidad
son muy diferentes –Aclaré mi garganta y comencé a pensar en eso–, por ejemplo,
él es amable y tú no, él es tranquilo… Paciente, y tú no, si ustedes dos
estuvieran en una relación… Probablemente él cuidaría siempre de ti, mientras
que tú siempre le darías problemas…
–Tengo unas ganas infinitas de
patearte en este momento –Bufó apenas terminé. Su ceño estaba fruncido y tenía
la boca con un puchero, me dio tanta risa que no pude evitar reírme a carcajadas.
–Eso está mejor… –Dijo de repente.
–¿Eh? –Solté por reflejo.
–Desde la mañana estás ido… Creí
que algo malo te pasaba –Expuso con un tono de ligera preocupación, mientras
miraba hacia otro lado. –Pero veo que estás bien, o por lo menos lo suficiente
como para sonreír… La gente como tú siempre debe sonreír.
Mi miró con los ojos llenos de… No
lo sé. Sólo sé que el pecho se me hizo un nudo. Tenía ganas de gritar, de
llorar, de salir corriendo. ¿Por qué tenían que ser así las cosas? ¿Por qué
diablos las cosas no podían ser fáciles? ¿Por qué tenía que tener la cabeza
llena de tantas cosas? Debía sonreír cuando lo sintiera, gritar cuando lo
quisiera, llorar cuando lo necesitara… Amar cuando pudiera.
–Sí, tienes razón… –Me levanté de
la silla, dispuesto a irme. –La gente como yo siempre tiene que sonreír.
–¿Te vas? Aún nos falta una hora de
clase.
–Sí, lo siento, tengo algo que
hacer.
Dejé a Aby sola, pero cuando me iba
pude ver como sonreía, como si supiera que al fin había salido del hoyo al que
me había metido. Corrí a toda velocidad a mi casa, intentando aprovechar el
tiempo en que mi padre todavía no llegaba a ésta.
Cuando llegué todo estaba en
silencio, así que entré a hurtadillas, pero Dora pudo percatarse de mi
presencia.
–Estoy segura que esta no es la
hora de salida –Dijo apenas mi vio.
–¡Dora! ¡Necesito pedirte un favor!
–En ese momento había sido totalmente favorable que fuera sólo Dora quien me
encontrara, puesto que la necesitaba para llevar a cabo lo que tanto tiempo
había estado evitando.
–¿Qué puede ser tan importante como
para que te salieras de la escuela? –Preguntó con un tono de molestia.
–Necesito su número… No lo has
tirado, ¿verdad? –Sus ojos se iluminaron, como si todo ese tiempo estuviera
esperando escuchar eso. Corrió hacia la cocina y volvió rápidamente.
–Nunca lo hubiera tirado, yo sabía
que algún día lo necesitarías. –Me dio un papel algo arrugado, pero que aún
mantenía su propósito.
–En serio que tengo un talento sobrenatural
para atraer a mi vida mujeres increíbles… –Tomé el papel y corrí a mi
habitación.
Me encontraba en mi cuarto, frente
al teléfono, con el papel en la mano que contenía número, dirección y otros
datos de él. Dudé por un momento si estaba haciendo lo correcto, pues no sabía
si después de tanto tiempo me perdonaría el no haber intentado mantenerme en
contacto.
Pero lo hice.
Marqué el número y la llamada
entró. Estaba nervioso, puesto que no sabía siquiera que es lo que iba a
decirle… Sólo quería hablar con él, escuchar su voz, saber cómo le iba, si se
encontraba bien o mal, después de todo era mi mejor amigo.
Entonces lo escuché… A él.
–¿Bueno? –Sonó la voz al otro lado
y casi al segundo pude saber con seguridad que se trataba de él. -¿Bueno? –Dijo
de nuevo.
–Ehm… Soy Daniel… –Fue lo único que
pude decir.
–Vaya… -Dijo con su tono tranquilo
de siempre–.Te tomó mucho tiempo, ¿cómo estás?
sábado, 9 de febrero de 2013
Algarabía de los sentimientos -Capítulo 2, parte 2.-
Había pasado casi una semana desde ese desastroso día para mí, y aunque
al principio el chico nuevo decidió no darse por vencido, a nadie le gusta ser
ignorado. No importaba que tanto esfuerzo hiciera por entablar conversación
conmigo, yo simplemente pasaba de él y seguía con lo mío. Al cabo de unos días
dejó de intentarlo, entonces la paz volvió a mi vida y a mi corazón.
O al menos eso creía yo.
Estaba de camino a casa, después de mi día en la escuela. Las clases
estaban comenzando a ponerse un poco pesadas, ya que los exámenes estaban a la
vuelta de la esquina. Sin embargo, hice una parada de camino a casa, justo en el
parque que queda en el trayecto. Miré fijamente el gran árbol que estaba ahí;
cuando me percaté de que nadie estaba cerca, lo escalé hasta que casi llegué a
la cima. Admiré los alrededores desde esa gran altura, entonces todo me pareció
pequeño… Incluso yo misma. Respiré profundo y cerré los ojos, mientras
escuchaba todo. La vida seguía pasando, no se detenía, al igual que el aire que
en ese momento se cruzaba por mi cabello.
Voltee hacia abajo; fue cuando los problemas comenzaron. Estaba demasiado
alto, lo suficiente como para que todas las ganas por bajar desaparecieran de
mí en un instante. No tenía ni idea de cómo había subido tanto, pero ahora no
sabía cómo bajar. Vi a un hombre con traje de policía a lo lejos, pero no podía
pedirle ayuda, ya que no estaba permitido subirse, así que tuve que mantenerme
callada y esperar a que se fuera. Pasaron cerca de dos horas, hasta que por fin
el policía se fue. Comenzaba a caer la noche; tenía que bajar de una vez por
todas. Puse todo el cuidado que podía en ese momento, pero estaba cansada y
hambrienta, además de que mis dedos comenzaban a astillarse de estar tanto
tiempo agarrada a la madera. Al bajar comencé a estresarme; mis piernas y brazos
tenían uno que otro raspón de las veces que pisé mal en las ramas, sin embargo,
no era ese dolor el que me estaba haciendo llorar.
Recordé cuantas veces mi papá había venido a salvarme cuando me metía en
problemas, él siempre estaba ahí cuando lo necesitaba, pero ahora ya no. Me
encontraba completamente sola, sin nadie que pudiera escuchar mi voz. Entonces
fue que pensé, que si caía desde esa altura tal vez podría morir, y así cumplir
el cometido que años atrás había intentado. Las dudas y las lágrimas comenzaron
a nublarme la vista, así que paré de bajar y miré hacia el suelo, que todavía
se encontraba lejos de mis pies.
-Lo siento… -Murmuré con sincero arrepentimiento –Lo siento, mamá… Por haberme
rendido hace tiempo, por haber querido abandonar todo. Fui débil, lo siento.
En ese lugar nadie podía escucharme, por eso seguí hablando, como si
hubiera encontrado un lugar en el cual confesarme, y ese árbol fuera mi
verdugo.
-Todo este tiempo he estado en arrepentimiento, por haber querido que no
existieras, y por no saber la clase de monstruo que era él. –Continué bajando,
pero seguía hablando –No sabía el infiero en el que te encerraste por nosotros,
y yo sólo me dediqué a juzgarte, por eso es que decidí, hace tiempo, que te
entregaría mi vida, que haría con ella lo que fuese que me pidieras, como pago
por haberte hecho sufrir tanto, porque tal vez si yo no hubiera nacido, tú no
hubieras tenido que quedarte tanto tiempo con él. Tu sonrisa, tus lágrimas, tu
vida… Me encargué de deshacerme de todo, y ni siquiera lo sabía. Sin embargo…
-De nuevo me detuve, esta vez estaba un poco más cerca del suelo, pero no lo
suficiente como para dejarme caer. –Yo aún no puedo odiarlo, porque después de
todo fue la persona que más amé. –Me limpié las lágrimas, que empeoraban mi
vista, pero seguían saliendo sin parar. –Perdóname, mamá, por ser tan estúpida…
Por no poder sentir desprecio por él, pero más que nada… Más que nada…
Perdóname por querer ser feliz otra vez.
Esos pensamientos recorrían mi cabeza todas las malditas noches, como si
quisieran que nunca olvidara. La culpa me recorría el cuerpo, me llenaba de
dolor las viejas cicatrices y me había hecho cambiar de un día para otro. Me
volví seca y solitaria, dejé de sonreír por felicidad, me convertí en una
mentirosa, una falsa e incluso me alejé de mi propia familia, porque quería
volver mi corazón completamente inmune a los sentimientos que pudieran traerme
deseos propios otra vez. Cambié las cosas femeninas por unas sencillas, porque
desde el día que vi la verdadera naturaleza de mi padre, los hombres me daban
asco, no podía soportar estar cerca de ellos, y aunque con el tiempo había
aprendido a controlarlo, la verdad es que ni siquiera pasaba por mi mente
enamorarme.
Me limpié la cara y seguí
bajando, pero cuando estaba a punto de caer en la última rama, pisé mal y caí
al suelo, o al menos eso había creído.
-¿Qué…? –Miré debajo de mí y vi a Daniel en el suelo, agonizando –No sé
si golpearte por aparecer de repente o golpearte porque tus gestos y sonidos
hacen que crea que estoy extremadamente pesada –Bufé mientras me ponía de pie.
-¿Qué tal hablar conmigo cinco minutos como pago por haberte atrapado?
–Sugirió con una pequeña sonrisa, aunque seguía haciendo gestos de dolor.
-Eso no puede contar como atrapar, pero está bien, hablaré contigo
–Sacudí un poco mi falda y le di una mano para que se levantara.
-He escuchado todo –Soltó de golpe, esta vez sin ninguna expresión en su
rostro.
-¿Eh? –Fue lo único que pude decir, a pesar de que había entendido bien
lo que dijo. Mi corazón se detuvo por un momento y no pude evitar mirarlo
rápidamente con un claro gesto de susto. Teníamos aún las manos agarradas, y en
el momento en el que vio mi reacción, sujetó mi mano con más fuerza, como si
supiera que estaba a punto de huir.
-Desde el primer día que te vi me recordaste a alguien muy especial para
mí –Dijo con un tono triste, mientras miraba melancólicamente el gran árbol.
–Esa persona también, justo en este momento, está cargando con una culpa que no
debe… Desde que nos conocemos ha tenido esos ojos tristes, junto con ese
corazón endurecido que sólo le causa dolor cada día. Esa persona se está
marchitando con el pasar de los segundos, y lo más desesperante es que no puedo
hacer nada, porque no comprendo el dolor por el que está pasando, porque todas
las palabras que pudieran salir de mi boca no son más que ruido para su
corazón, porque por más que lo intente no puedo hacerle entender que es una
persona que merece ser feliz, y que es demasiado joven como para tirar así su
vida –Entonces me di cuenta que había soltado mi mano, pero por alguna razón
sus palabras me tenían impactada, tanto que quería escuchar un poco más.
–Abril… Probablemente creerás que soy un entrometido, que no entiende nada
sobre su dolor, pero si hay algo de lo que estoy completamente seguro es que ni
tú, ni esa persona nacieron para vivir atados al pasado. –Se acercó un poco más
a mí y me miró a los ojos, sin ninguna sonrisa, sin ninguna mueca, sólo me miró.
–Sé que nadie te ha dicho esto, y por eso seré yo quien lo haga… Tú… Tienes
todo el derecho de buscar tu felicidad y encontrarla. Ya… -Me di media vuelta,
porque sentí que estaba a punto de llorar de nuevo, pero permanecí parada y en
silencio, porque dentro de mí sabía que quería escuchar lo iba a decir. –Te has
lastimado suficiente.
-Mientes –Fue lo único que pudo salir de mi boca.
-No lo hago, no te mentiría con algo así. Si realmente creyera que
mereces sufrir, haría tus cadenas más grandes.
El tiempo se detuvo, y mi mente dejó de funcionar por un momento. Sentí
como si mi espalda se sintiera más ligera, el aire de mi cuerpo de repente se
sentía completamente puro, y mis ojos soltaban las lágrimas sin parar, pero en
ese momento ni siquiera me molesté en limpiarlas. El dolor dentro de mí se hizo
más intenso, dolía tanto que creí que mi corazón iba a explotar.
-No es necesario que escondas tus lágrimas… -Me dijo, pero aun así no
hizo ningún intento por mirarme.
-No puedo, porque prometí que nunca lloraría otra vez frente a alguien
más y yo no rompo nunca mis promesas. –No lo miré, e incluso cubrí mi rostro
con una mano.
-¿No es doloroso? –Preguntó.
-Lo es, pero está bien, puedo soportarlo. –Me limpié las lágrimas y di
media vuelta. –No importa que tan doloroso sea, no romperé mi promesa.
-A la larga terminarás haciéndote daño… -Me miró con ojos tristes y
después caminó hacia mí, seguido puso una mano sobre mi hombro. –Pero estaré
aquí para ti… Cuando estés sufriendo por tus promesas, cuando ya no puedas
soportarlo… Estaré para ti.
-¿Por qué? –Me atreví a preguntar, pero dentro de mí tenía la respuesta
desde hace mucho.
-Porque eres igual a esa persona… -Respondió con determinación –Y quiero
salvarte, al igual que a esa persona.
Después de eso pasaron algunos segundos hasta que volvimos a hablar, pero
esta vez fue acerca de lo tarde que se había hecho. Nos marchamos a casa y en
el camino hablamos de otras cosas, aunque realmente no tenían mucha relevancia.
No estaba muy segura de eso, pero creo que es lo que llaman “el inicio de una
gran amistad”. Al final, cuando estábamos a punto de ir por caminos distintos:
-Será mejor que desinfectes tus heridas cuando llegues –Me advirtió.
-Sí, sí… -Respondí con el mismo tono con el que lo hacía a mi madre.
-Bueno, creo que es hora de separarnos –Se paró frente a mí y después
salió corriendo. -¡Nos vemos el lunes, Aby!
-¡¿A-Aby?! –Exclamé al escuchar el mote que me había puesto. -¡Espera,
¿quién te dio derecho?! –Mis gritos fueron en vano, ya que corrió a gran
velocidad y cuando me di cuenta estaba bastante lejos. Al parecer sabía la
reacción que iba a tener.
Llegué a casa, y como era de esperar mi madre estaba bastante molesta. Me
reprendió cerca de media hora, mientras que mi hermano disfrutaba del show.
Cuando terminó me fui a mi habitación. Seguí el consejo de Daniel y desinfecté
mis heridas, fue entonces cuando noté que había recibido bastante daño, además
de que tenía moretones de los golpes recibidos al caer. No lloré, ni nada
parecido, tan sólo me quejé un poco, algo sorprendente en mí, que nunca pude
con el dolor físico.
Terminé de atenderme y me metí a bañar. El dolor ahora era un poco más
grande, ya que el agua caía de una vez en todo mi cuerpo, incluso pensé en no
bañarme ese día, entonces recordé que no puedo dormir si no tomo un baño antes.
Fui a la cama. Después de aquel día no me quedaban muchas energías, por
eso pude dormir rápidamente.
Me encontraba en un lugar completamente vacío. Vi a una persona a lo
lejos, pero estaba acercándose. No podía verle el rostro, por más que intentara,
y cuando estuvo cerca de mí no pude moverme. Nos quedamos parados el uno frente
al otro. Entonces escuché las mismas palabras que Daniel había dicho:
“Desde el primer día que te vi me recordaste a alguien muy especial para
mí. Esa persona también, justo en este momento, está cargando con una culpa que
no debe… Desde que nos conocemos ha tenido esos ojos tristes, junto con ese
corazón endurecido que sólo le causa dolor cada día. Esa persona se está
marchitando cada día, y lo más desesperante es que no puedo hacer nada, porque
no comprendo el dolor por el que está pasando, porque todas las palabras que
pudieran salir de mi boca no son más que ruido para su corazón, porque por más
que lo intente no puedo hacerle entender que es una persona que merece ser
feliz, y que es demasiado joven como para tirar así su vida.”
Escuchaba todo eso, como un
gran eco. La persona y yo seguíamos en la misma posición, pero entonces algo
cambió… Estaba llorando. No podía ver bien su rostro, ni siquiera distinguir si
era hombre o mujer, pero lo que veía claramente eran sus lágrimas.
“Ni tú, ni esa persona nacieron para vivir atados al pasado. Sé que nadie
te ha dicho esto, y por eso seré yo quien lo haga… Tú… Tienes todo el derecho
de buscar tu felicidad y encontrarla. Ya… Te has lastimado suficiente.”
-Él dice que podemos ser felices… -Le dije al fin a la otra persona. Dio
media vuelta y comenzó a caminar, entonces lo seguí. Iba cada vez más rápido y
cuando me di cuenta lo había perdido. Miré hacia los lados, esperando volver a
encontrar a esa persona, pero fue en vano.
Voltee de nuevo hacia un lado y pude ver a alguien. Me acerqué a la persona,
y cuando estuve lo suficientemente cerca como para ver su rostro… Era yo, y
tenía la cara llena de heridas. Me miró, pero se limitó a sonreír y decir:
“gracias”. Entonces lloró y después desapareció.
No entendí exactamente lo que había soñado, pero de algo estaba segura…
Había matado una parte de mí.
lunes, 4 de febrero de 2013
Algarabía de los sentimientos -Capítulo 2. Parte 1-
Capítulo 2. Mi error, mi redención
“Incluso si el dolor es insoportable, no desearé morir… Tengo que vivir y
enmendar mi error, mi vida será mi redención.”
*Abril*
Daba miedo, en definitiva esa fiera mirada daba mucho miedo. No intento
siquiera imaginarme que fuera para mí porque tal vez ya hubiera empezado a
llorar.
Mi hermano había llegado a las seis de la mañana, borracho, en calzones y
sin cartera. Mi mamá lo había estado esperando despierta, así que cuando mi
hermano llegó no fue nada bonito. Gritos, gritos y más gritos, mi mamá estaba
tan furiosa que ni siquiera le importó el no haber ido a trabajar para esperar
a mi hermano, eso o tal vez realmente tenía flojera y no quería ir. Yo tan sólo
observé desde la distancia mientras me preparaba para irme a la escuela.
Después de que terminara de reñir a mi hermano, tomó las llaves del auto
y me llevó.
-¿Cuándo empiezan los exámenes? –Preguntó mi madre mientras miraba hacia
el frente, ya que conducía.
-La próxima semana –Respondí rápidamente.
-Estudias –Sentenció.
-No.
-¡Abril! –Exclamó con molestia.
-¿Qué? –Solté con el tono más tranquilo posible. –Sabes que nunca
estudio, me aburre.
-¿Cómo planeas sacar buenas calificaciones? –Cuestionó con desconfianza.
-No sé, como siempre, además ya te había dicho que nunca estudio, no
entiendo de que te sorprendes –Expuse mientras me quitaba el cinturón ya que
estábamos a punto de llegar. –Mira, tú tranquila, no bajaré mi promedio ya que
me gusta mucho el dinero que recibo de la beca. No te preocupes, ya tengo 17
así que se bien lo que tengo que hacer.
-Aunque digas eso no dejo de preocuparme –Dijo y después soltó un
suspiro.
-Tranquila, madre, tranquila, te están saliendo más arrugas.
-Abril… -Sostuvo el tono, como indicándome que se estaba comenzando a
irritar, afortunadamente habíamos llegado ya a la escuela, así que abrí la
puerta y salí del coche.
-En fin, nos vemos al rato –Dije, al salir del auto.
-Sí, ten cuidado –Soltó antes de que cerrara la puerta, pero entonces
volví a abrirla para decirle otra cosa:
-¡Llevo el anillo de oro que me regalaron el año pasado, si me
descuartizan ya sabes como identificarme! –Salí de casa.
-¡Abril! –Gritó mi madre en tono de reclamo desde adentro. No le gustaba
que hiciera bromas como esas.
Caminé con toda la tranquilidad del mundo hacia la entrada. Entré y me
dirigí a mi salón, en el camino me encontré a algunos conocidos, a quienes
saludé para después seguir cada quien con nuestro camino.
Al llegar a mi salón de clases, entré y caminé hasta mi asiento, pero me
topé con cierta sorpresa:
-Este… -Solté una vez estuve frente al chico que lo ocupaba.
-¿Si? –Preguntó con un tono inocente, mientras me miraba a los ojos,
entonces pude notar que los suyos eran miel.
-Este… Ese es mi lugar. –Dije finalmente y puso un gesto de total
vergüenza.
-¡Ah, discúlpame, en serio que no sabía nada! –Exclamó mientras se paraba
de golpe y se hacia a un lado para que me pudiera sentar.
-No te preocupes, supongo que eres nuevo, así que por eso no sabes donde
se sienta cada quien.
-Sí, ciertamente… -Respondió con un sonrisa.
-Y tampoco hubo NADIE que te pudiera decir que ese era mi lugar. –Miré
furiosa a mis amigos que se encontraban a un lado, atacados de la risa mientras
veían la escena.
-Te pido una disculpa de nuevo… -Dijo mientras se sentaba en la banca de
a un lado. –Disculpa, ¿este asiento no está ocupado, verdad?
-No… -Solté y también tomé asiento.
-Me llamo Daniel, mucho gusto –Se presentó y me miró esperando que yo también
lo hiciera.
-Abril.
Cuando dije mi nombre entró la maestra al salón. El chico este, Daniel,
no tenía ni idea de nada, así que tuve que auxiliarlo la mayor parte de la
clase. Al final, la maestra pasó lista y él se levantó para avisarle que era un
alumno de nuevo ingreso.
-Daniel, vengo de España –Soltó mientras todas las miradas se mantenían
en él.
Ciertamente, se podía notar en su acento, que no mentía acerca del país
del cual venía. Parecía en estereotipo de personaje europeo, con ojos color
miel y piel paliducha, su cabello era rubio cenizo y se veía que era mucho más
suave que el mío.
El resto de la clase transcurrió con relativa naturalidad. De vez en
cuando alguien le hablaba, pero sin duda alguna parecía soltar un aura de
superioridad, aunque puede ser que sólo hayan sido prejuicios míos.
-Disculpa –Me molestó cuando acabó la clase, justo antes de ponerme mis
audífonos.
-¿Qué pasó? –Pregunté con el tono más amable que pudo salirme en ese momento.
-Me dijeron que tengo que ir a la oficina de servicios escolares, ¿me puedes decir donde
se encuentra?
-A un lado de la cafetería –Solté y luego recargué mi cabeza sobre la
banca. Me puse los audífonos y pude escuchar un “Gracias” con ánimo de su
parte. Levanté la cabeza y lo vi salir con entusiasmo del salón.
-¿Qué le pasa? –Pensé mientras cerraba los ojos.
Recordé que las clases habían acabado así que tomé mis cosas, miré hacia
la banca de a un lado y vi que las cosas de él seguían ahí. No sé porque, pero
decidí esperar a que llegara para irme.
No fue muy larga mi espera, ya que minutos después entró al salón. Me
miró con sorpresa por unos segundos, y cuando me percaté de esto tomé de nuevo
mis cosas y salí del salón.
-¡Espera! –Gritó mientras tomaba su mochila y corría detrás de mí.
Ya me había puesto los audífonos, así que fingí que no lo había
escuchado, a pesar de que no era así, pero entonces sentí su mano sobre mi
hombro. Tuve que detenerme, así que me quedé mirándolo.
-Tú… -Soltó con un poco de ansias.
-¿Yo? –Pregunté, apurándolo a terminar su frase.
-¿Tú donde vives? –Terminó por fin. Quitó su mano de mi hombro en cuanto
vio que la miraba con un poco de molestia.
-En el centro –Respondí, un poco más amable que antes; me había dado
cuenta que no se iba a dar por vencido hasta entablar una verdadera
conversación.
-¡Yo también vivo en el centro de la ciudad! –Exclamó con ímpetu,
causando que las pocas personas que había alrededor nos miraran con rareza.
-¿Por qué no vamos juntos? –Al parecer no se había dado cuenta de las miradas,
ya que volvió a hablar con el mismo tono que antes.
-Sí, está bien –Dije antes de que siguiera gritando. Si hay algo que
siempre he odiado, es llamar la atención.
Caminamos hacia el lugar donde se tomaban los taxis hacia el centro. Yo
tan sólo iba escuchando lo que él decía; no paraba de hablar. Sin embargo, por
alguna razón, sus temas de conversación no me fastidiaban, como casi siempre,
he incluso alguna llegó a llamar tanto mi atención que llegué a responderle.
Ya que era el chico nuevo, iba a atrasado con las tareas, así que accedí
a prestarle mis apuntes. Me agradeció con la sonrisa más grande que alguien me
hubiera dado antes, o por lo menos que yo recordara.
Sonrió, sonrió y sonrió, una y otra vez él sonreía… Para mí. Por alguna
extraña razón sentí como mi pecho se calentaba y las ganas de llorar me
inundaron. Tenía amigos en mi salón, los cuales se reían de las cosas que decía
y yo también reía cuando estaba con ellos, pero no eran las mismas sonrisas, ni
siquiera se asemejaban, ¿es esta la felicidad que albergas cuando haces feliz a
alguien más? Nunca lo había sentido, nunca me habían sonreído de tal manera,
nunca nadie se había sentido tan feliz por una acción mía. Fue la primera vez
que lo sentí, sentía que esa persona realmente se alegraba de mi existencia.
“Maldita sea”, pensé. Sentía húmedos mis ojos, pero la fuerte Abril no
podía simplemente derrumbarse así, frente a aquella persona a la cual llevaba
sólo unas horas de conocer.
-¿Abril? ¿Te pasa algo? –Preguntó al notar que yo no estaba prestando
atención a su plática.
-No, no… -Solté apenas volví. Decidí que era mejor escapar de aquel
lugar, antes de que las cosas se complicaran más. –Perdón, pero recordé que mi
mamá me dijo que llegara temprano a casa hoy, me tengo que ir. –Salí corriendo-
Nos vemos mañana –Grité mientras alzaba mi mano y me despedía a lo lejos.
-¡Nos vemos! –Fue lo que alcancé a escuchar de él.
Mientras corría sentía como una gran sonrisa se formaba en mi rostro, sí,
estaba sonriendo desde el fondo de mi corazón, estaba realmente feliz, entonces
pensé: “¿Cuándo fue la última vez que me sentí de esta manera?, ¿cuándo fue la
última vez que corrí con tanta libertad?”
Me detuve de golpe y la sonrisa se borró de mi rostro. Las imágenes de
aquel chico sonriendo abandonaron mi cabeza, como si hubieran sido espantadas
por lo que se venía.
-Ah, ya lo recuerdo… -Avancé otra vez, pero ahora a paso lento, muy
lento. –No olvides, Abril, no olvides… -Me dije a mí misma, regañándome por
haber tenido un minuto de verdadera felicidad- No tienes derecho a olvidar, no
tienes derecho a ser feliz, tan sólo sigue viviendo… -Me di cuenta de que ya
estaba en la puerta de mi casa, saqué las llaves de mi mochila y abrí la
puerta. –Tan sólo sigue sonriendo.
-Hola, amor –Saludó mi madre, que se encontraba mirando televisión en la
sala (la cual esta frente a la puerta).
-Hola –Respondí mientras cerraba la puerta.
-¿Cómo te fue? –Preguntó sin apartar la vista del frente.
-Bien, bien… Por cierto, ¿por qué estás aquí tan temprano? –Cuestioné
extrañada, después de todo eran cerca de las dos y ella sale a las tres del
trabajo.
-Recuerda que no fui al trabajo por esperar a tu hermano.
-Ah… Cierto -Solté y después subí los escalones para dirigirme a mi
cuarto.
-¡La comida ya va a estar lista! –Gritó desde abajo, pero aun así pude
escucharla bien.
Cerré la puerta de mi cuarto con seguro, como siempre, después me acosté
sobre la cama, necesitaba poner mis ideas en orden, volver a ser yo misma,
tenía que acomodar de nuevo los pensamientos, sentimientos, recuerdos, sonrisas
y lágrimas que aquel chico había desacomodado por completo. No podía permitir
que un completo extraño destruyera eso por lo que me había estado esforzando.
Bajé a cenar con mi mamá y mi hermano. Tuvimos la típica plática acerca
de nuestro día, no había nada fuera de lo normal. Obviamente no le mencioné a
mi madre que había conocido a aquel chico, más bien no le contaba de nada
importante, sólo de vez en cuando las cosas graciosas que pasaban en la
escuela. Intentaba no preocuparla, no hacer más grande su estrés, ya había
hecho suficiente con culparla de que mi papá se fuera, años atrás.
Eso es, había decidido que haría todo lo posible para darle la vida más
feliz, no importaba cuanto me costara.
Autocompasión.
Sí, era probablemente eso. Cuando hacía cosas para mamá siempre pensaba
en lo triste que era mi vida, siempre esperando que alguien se diera cuenta de
lo desgraciada que era. Soy patética, realmente lo soy, porque a pesar de que
he decidido renunciar a mi felicidad… A pesar de eso yo… Todavía espero que
alguien venga a hacerme feliz.
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